Muchos son los argumentos en contra del consumo de carne. Todos validos, tanto desde una perspectiva ética como económica.
La cuestión del vegetarianismo, asunto real de esta entrada, tiene su anverso y su reverso, quienes estén a favor y quienes lo consideren un absurdo, y ambas posiciones, estoy seguro, podrían esgrimir los mejores argumentos con los que defender su posición.
¿Mi posición en este tema? Bueno, digamos que no soy ningún acólito de ninguna religión o ideología, que no profeso el gusto por las posiciones cerradas ni mucho menos me quedo a vivir donde el aire ni el sol me tocan la piel. Como buen indigente espiritual no conozco otra casa que la de mi propio espíritu, un espíritu que intento que siga libre.
Soy cocinero, y por mi profesión he de tratar con toda clase de géneros, sean carnes, pescado o verduras. No me disgusta trabajar con ninguna y salvo en contadas ocasiones pocas son las veces en que he tenido que sacrificar un animal. Cuando entro a trabajar en un nuevo establecimiento me atengo a su carta, sea del estilo que sea, es una condición de este trabajo. También es cierto que hay restaurantes vegetarianos, pero no tengo ninguno cerca donde poder ofrecer mis servicios.
Que un alcaucil - que para quienes nunca lo hayan oído nombrar así me refiero a una alcachofa - pueda disponer de un sistema nervioso que haga suponer que cuando lo arrancamos de la mata, lo pelamos y guisamos sufre lo indecible, y nunca mejor dicho porque no dispone de la facultad de hablar, es algo que tendrían que aclarar los científicos, no los humildes cocineros.
Hay muchos mitos en torno a la comida vegetariana y quienes toman esa opción de alimentarse. Pero no estoy aquí para desmentir esos mitos, baste decir que no existen verdades absolutas, y como tal no hay formas de alimentarse perfectas.
Sólo quiero desde aquí desmentir una falacia que con frecuencia oigo decir en contra de la comida vegetariana. Demasiadas veces en la vida juzgamos algo sin darnos el tiempo suficiente para descubrir lo que desconocemos. La comida vegetariana no es ni complicada ni aburrida. Quizás sea incluso más divertida que nuestra comida diaria. Hay cantidad de productos para jugar, investigar, divertirse en la cocina probando y elaborando recetas que nunca antes habíamos probado.
Con los alcauciles tengo una filiación sentimental provocada en parte por mi manía de mitificar las cosas para que mejor encajen en mi currículum vital. Cualquiera que haya ido a una huerta a recoger sus frutos sabe del placer que eso provoca, y la preciosidad de una mata frondosa de alcauciles es algo que despierta la imaginación y las ganas de comer.
Yo apenas como carne en mi dieta diaria, algún pescado y marisco, y bastante verdura. No lo hago porque me considere vegetariano, pero no me gustan las practicas de las empresas cárnicas, no me gusta el despilfarro de la industria alimentaria.
Pero a veces cuando salgo a comer fuera si el restaurante donde estoy me da confianza me pido una carne, o en casa preparo algo de casquería, o un buen guiso con sus carnes y sus grasas.
En la mesa debe tener presencia la moderación que no está reñida con el placer. Y una buena carne es un placer, o un buen pescado, o unas verduras frescas recién recogidas.
¡Dios salve a los alcauciles!... mientras dejarlos hervir en mi olla con unas buenas patatas...
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