La primera sensación que me asalta es que la gastronomía se está convirtiendo en un reducto elitista para gente de alto poder adquisitivo, gente que puede presumir de su estatus por la facilidad con que consiguen mesas en ciertos restaurantes de prestigio.
No podemos negar que es una parte del negocio, negocio lucrativo fomentado por los propios restaurantes que estan enfocados a esa distinguida clientela. Alguien podría argumentar que eso siempre ha existido, que el lujo y el placer siempre han estado presente en todas las culturas, con gentes que han podido disfrutar de cosas vetadas al resto de los mortales. Y es cierto, nada que objetar. Siempre ha habido clases, incluso ahora, a pesar de lo que digan algunos.
Pero de lo que yo quiero hablar es como con el augue que en los últimos años ha experimentado la gastronomía, paralelamente ha crecido toda una caterva que ha acumulado un poder excesivo, llamense cocineros de renombre, criticos gastronómicos, publicaciones y webs de todo tipo que se han dedicado a hablar de mil cosas, de mil sitios, de mil productos, en fin, de demasiadas cosas hasta convertir el jardin de la cocina en un fangal donde uno no sabe por donde pisar sin que tus pies acaben llenos de barro.
No escribo esto porque esté en contra de todo eso, que también, si porque me da la sensación de que algo hemos perdido en el camino, algo que de pronto parece que algunos empiezan a reclamar.
Lo que este humilde bloguero cree es que dar de comer no entiende de clases ni de condiciones, porque no las tienen quienes día a día ejercemos esa hermosa profesion de cocinero alimentando a millones de seres humanos que esperan el sustento básico de la vida.
Y sin caer en una idea simplista, lo que quiero defender es que los productos gourmet, exclusivos y caros, los restaurantes estrella michelin,
los cocineros que gracias a su trabajo se han hecho un nombre, los periodicos y periodistas dedicados a la gastronomía, y todos y cada uno de los implicados en un sector como es el de la restauración, mirasen alguna vez a su alrededor para que se percatasen de todo el trabajo que queda por hacer, partiendo desde donde lo debieron hacer en un principio, desde el origen, desde la sencilla idea de que con nuestro trabajo lo que hacemos es dar de comer.
Para mi es un acto mágico, pero claro, ¿quien soy yo si no un simple indigente del espíritu?
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