Intento recordar si en la tertulia hemos hablado alguna vez de la DISTANCIA, pero mi memoria es caprichosa y selectiva, y de siempre me ha funcionado mejor mi otra memoria, la emocional y sensorial. ¡Y son tantos los temas sobre los que hemos disertado, tantas las palabras usadas, gastadas, manoseadas! Puede que alguna vez lo hayamos tocado en cualquiera de nuestras reuniones, y en cualquiera de los contextos en los que siempre nos hemos movido, es decir, en casi todos. Pero esta distancia de la que quiero hablar es mi distancia, la que yo mantengo con mis amigos, con los bares donde he bebido y tragado sus humos. Una distancia que es a la vez física y emocional, que es terrestre y habita en mares repleto de pecios, una distancia que es como de mesita de noche, malacostumbrada y casi siempre descarada. Yo necesito de la distancia. Es como si para enfocar, ahora que con los años la vista me empieza a fallar, tuviera que forzar a los ojos a alejarse del objeto visible.
Un viejo maestro al que admiro y del que aún sigo aprendiendo dijo una vez que para ver bien a sus amigos era menester alejarse de ellos. Con la distancia uno aprende a echar de menos, a extrañar y estar pendiente de donde dejó los zapatos antes de entrar en la casa de los recuerdos; con la distancia las tormentas del pasado pierden fuerza dejando apenas un rastro de lluvia que limpia las aceras; pero sobre todo, con la distancia uno aprender a desaprender y a desasir lo que una vez creyó suyo. Yo creí durante mucho tiempo que lo más importante de mi vida era la tertulia. Yo asumí un papel que no me correspondía y jugué con unas cartas que no eran las mías. Lo normal es que perdiera la partida.
Pero la DISTANCIA pone las cosas en su sitio más allá del dolor por la perdida, más allá de las cadenas y los fantasmas, y por suerte más allá de nosotros mismos dándonos la oportunidad de comprender que cualquier camino es bueno si elegimos el camino del corazón.
¿Qué tras la distancia se esconden miedos, recelos, incapacidades, frustraciones, mezquindades, llanuras, desiertos, cementerios y un mal vino? Nadie puede negarlo, pero ¿quien vive la vida sin ataduras, sin anclajes mentales, sean conscientes o inconscientes? Nada tiene más valor que la que le aporta su contrario, su pareja, su razón de ser, y que sería la distancia sino la esperanza del reencuentro.
Ese mismo que yo espero con mis amigos, con mi tertulia.
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