domingo, 11 de noviembre de 2012

OTOÑO... otro más...




 
 Hace algunos días que estrenamos estación. Y a pesar de las luces, los calores y esos interminables bostezos de la tarde, poco a poco los cambios se producen como se han producido siempre, sin prisas, casi sin que te des cuenta.

Mi amada berenjena
Yo, que nunca me he encontrado cómodo en los extremos, adoro el Otoño y la Primavera; con el invierno juego a ese amor adolescente que de pronto tanto te aprieta como te aleja sin motivos ni certezas; el verano sofoca mis sueños bajo una lápida de grados centígrados y es una época de mucho trabajo para las cocinas. Así que, sometido como estamos al capricho de una naturaleza que nos deja creernos dueños del cortijo, hago como todos, me adapto y disfruto de cada estación lo mejor que mis entendederas me permitan.

Pero concretamente estas fechas en las que andamos en las que celebramos los "ToSantos" (o fiesta de todos los santos), y alejado como me encuentro de la algarabía americanizada de tener que festejar hallowen, mi memoria se llena de recuerdos otoñales que si bien no favorecen mi transito intestinal, si alivian de humores las cargadas capachas de mis emociones.

Almendras, nueces y avellanas
Son muchos los productos que está de plena temporada, en lo mejor de su esplendor. Berenjenas, alcachofas, coliflores, calabacines, hortalizas  que debieran inundar nuestras cocinas para regalarnos sustanciosos guisos, potajes y sopas con las que aliviar los más que cercanos fríos del invierno. Sin olvidarnos de nueces, castañas, almendras y demás frutos secos, parientes lejanos de una cocina que fue de subsistencia y que poco a poco recordamos como algo exótico.

En muchas esquinas de nuestros pueblos el humo se apodera de nuestra razón haciéndonos creer que, perdidos el juicio, vagamos por una ciudad distinta y en una época lejana.

Ya huele a castañas asadas. Esos deliciosos frutos secos con los que tradicionalmente se han celebrado estas fiestas eran para mi le prueba innegable de que el otoño ya estaba entre nosotros.
En estos días me ha venido a la memoria una anécdota que recuerdo vivamente de mi padre, fallecido hace apenas año y medio.
Una tarde de Octubre, mientras acompañaba a mi padre en su negocio, llegó un cliente para comprar castañas. 
Aquí podría estar bien introducir un pequeño inciso a mi historia para comentar que mi padre regentó durante más de treinta y cinco años una tienda de ultramarinos, o como siempre le hemos llamado en casa, un almacén. 
Me gusta la palabra regentar, pues mi padre fue el Rey de su negocio, en todos los sentidos de la palabra.
Aquel hombre pasó por mi lado y escuché su petición, también escuché a mi padre comentarle que ya no le quedaban castañas, era tarde y ya las había vendido.
Salí fuera y dentro se quedaron cliente y vendedor. Mi padre hablaba con él. No sé el tiempo que tardó, pero recuerdo que cuando salió llevaba una bolsa en la mano. Apenas bajó el escalón y dio dos pasos se paro en seco, miro la bolsa que levantó hasta sus ojos y pronuncio en voz alta: ¡Pero si yo quería castañas!
Lo que llevaba en la bolsa eran nueces, las mismas nueces que mi padre le había vendido.
Alcachofas
Aquel hombre siguió su camino llevándose sus nueces, y dejándome a mi apoyado en una señal de ceda el paso sin saber muy bien que había pasado.
Años más tarde entendí lo que había visto. Mi padre era un vendedor extraordinario, dotado de una fina psicología que sus muchos años detrás de un mostrador le habían otorgado.
Tengo por delante un hermoso Otoño que pienso disfrutar en todo su esplendor, a la memoria de mi padre.
Calabazas






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