viernes, 6 de abril de 2012

COCINA Y LECTURA

Hay placeres y placeres... y me explico.
Hay placeres que llenan los sentidos, y la sensación de gozo y plenitud es tal que necesitas de un tiempo después de la experiencia para asimilar lo que has vivido, bebido, comido o amado.
Luego hay otros placeres que no lo parecen, que son como la insinuación de un placer mayor que te deja una extraña sensación de vacío. Son muchas las cosas que se pueden incluir en esa categoría, algo que has vivido, bebido, comido o amado.
Entre esos placeres, que he de confesar que para mi son los mejores, se encuentra la relectura de ciertos libros que por caprichos de un desorden vuelven a tus manos, y los abres para descubrir lo que vagamente recordabas.
Leer de nuevo un libro ya leído es lo más parecido a hacerle el amor a tu mujer olvidando todo lo que sabes de ella. Complicado, lo sé, pero maravilloso cuando se consigue.
Suelo pasar muchas veces mis dedos por los lomos de los libros ya leídos. Puedo sentir como me hablan, me susurran sus secretos, me recuerdan emociones vividas. Y hay otros que me gritan, me descargan la electricidad que esconden entre sus páginas para llamar mi atención. Con el libro del que quiero hablar me pasó eso mismo.
He de confesar primero que siempre he sido de releer, de volver a mis maestros, de volver a Chejov, al que idolatro, a Nietzsche, al que amo, a Stiner, que me perturba, y a otros tantos que forman parte de mi bagaje y de mi vida.
Y el libro del que quiero hablar es "La casa de Lúculo" de Julio Camba.
Sempiterno viajero y maestro


La primera noticia que tuve de su autor me la dio un poeta de mi tierra, Francisco Bejarano, quien me aconsejo que leyera cualquiera de sus libros de artículos. Ni que decir tiene que le estoy agradecido por su consejo. Lo que ya no recuerdo es como cayó el libro en mis manos, supongo que en alguna de esas compras que efectúo por internet en librerías de viejo. Lo que si recuerdo es la primera vez que lo leí. Fue un verano, trabajando en un restaurante de Chiclana.
Luego han pasado varios años. Y ha sido ahora cuando lo he recuperado de la estantería por casualidad, sacando otros libros.
Pero esta vez no me he puesto a leerlo entero, he preferido saltear entre sus páginas y descubrir lo que entonces no percibí. Julio es un auténtico maestro a la hora de relatarte en unos breves párrafos lo que cualquier otro engorroso y altanero articulista haría en dos páginas.
Su forma de tratar la gastronomía es única y el mejor bálsamo tras la lectura de cualquier libro de recetas, por muy del Bulli que sea. Se puede estar más o menos de acuerdo con sus opiniones, pero su calidad es incuestionable, su sapiencia y maestría a la hora de tratar los temas hace que de pronto te estés cuestionando lo que acabas de leer. Y para mi no hay mejor cualidad en un escritor que la de sugerir.
Mucho se ha dicho y escrito sobre don Julio Camba, y poco o nada puedo aportar yo, salvo una cosa.
Camba es de esos extraños tesoros inasibles e intangibles que uno cree poseer en el fondo de su alma, tesoros que uno hace suyo y que cuando habla de él lo hace con el posesivo pegado al apellido. Por admiración, por respeto, por vete tú a saber que extraña unión entre un escritor gallego y un cocinero andaluz.
Don Julio Camba merece el reposo de leerle entre servicio y servicio, cuando te libras del calor sofocante de la cocina y respiras un aire quizás más caliente pero que huele a mar, y buscas un sitio tranquilo donde sentarte a solas y poder concentrarte en su lectura antes de volver al infierno de los fogones, a veces con una pequeña lección que se te queda prendida entre la memoria y el corazón:
"Por lo que respecta a la re coquinaria, el mejor cocinero será aquel que más logre destacar en sus platos el gusto esencial de cada cosa, a condición, naturalmente, de que esta cosa valga la pena."

JULIO CAMBA
¿Quién le discute que no fue un adelantado a todo lo que luego se nos ha ido cayendo encima?
Gracias Maestro. Buen provecho.

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