domingo, 30 de noviembre de 2014

...EXTRAÑOS EN UNA RELACIÓN LABORAL...

Imaginaos la escena. Es fácil, una cita para una entrevista de trabajo, por lo general en el mismo centro de trabajo.
El empresario, si no te conoce, ya tiene en su poder tu currículum y empieza su interrogatorio. Si en cambio tiene referencias tuyas todo podría ser un poco más fácil, o no.
Preguntas de todo tipo que dependerán del entrevistador y del entrevistado. Si hay conexión y las respuestas son las adecuadas el empresario te contratara en un periodo de prueba.
Luego empezara una relación que puede tomar muchos derroteros, pero que raramente, en el contexto del mercado de trabajo actual, fructifique hasta un contrato indefinido.
Con suerte puedes alargar un año entre varios contratos, pero justo cuando el empresario se vea en la obligación de convertirte en indefinido, tu destino puede ser la puerta de atrás de la cocina, con la exigua promesa de volver a llamarte dentro de un tiempo.
No digo que sea práctica habitual de los empresarios de hostelería, pero no hablo en este caso de generalidades, sino de casos ocurridos en la persona de este humilde cocinillas, trashumante de fogones e inquieto peregrino en busca de ofertas de trabajo.
Después, y eso que tener un trabajo ya es una suerte, viene la otra parte del cuento, esa que nunca se cuenta, la que queda oculta tras los fuego artificiales y las mesas llenas de perdices, que jodida manía tienen los cuentos con las perdices. Esa parte son las condiciones del contrato que nadie negocia contigo. Donde puedes descubrir que es de media jornada, con una categoría inferior a tu puesto, o con un sueldo reflejado en nómina tan delgado como el folio donde la imprimen. Amen de otras cosas a las que te ves forzado a aceptar una vez has empezado a trabajar, como por ejemplo, días de descanso variables, horas de más que nadie compensa, nada de vacaciones, hacer de todo y servir para todo, y un largo etcétera que sobra comentar pues es de sobra por todos conocidos.

Huelga decir que en una empresa que depende del capital humano para el desarrollo de su actividad, este debería ser la piedra angular sobre la cualquier empresario digno de llamarse así pivotaría su negocio, asegurándose contratar a quienes mejor se adapten a su idea de negocio.
Pero, visto lo visto, nada más lejos de la realidad. Y aunque sería fácil echarle la culpa al tejido empresarial, no es menos cierto que muchos profesionales que se venden como tales, luego demuestran ser gente incompetente e incapaz de asumir la tarea para la que se les ha contratado.

Es un tema con muchos matices, y no pretendo entenderlos todos, tampoco puedo ser objetivo, pues mi perspectiva es la de un simple asalariado. Sin embargo si hay algo que puedo aportar, y que me gustaría encontrar en los centros de trabajo, en las entrevistas y en las relaciones con los empresarios. 

Algo más de honestidad, tan solo algo más de honestidad.

Salud y buen provecho.



domingo, 3 de noviembre de 2013

MI TEORÍA

Tengo una teoría bastante personal y totalmente transferible a quien bien quiera apuntársela, pues nunca pagaría derechos de autor.
Tal hipótesis viene a decir algo así:
"Cuando una persona se sienta en la mesa de un restaurante o en la barra de un bar su intención en un 99,9% es disfrutar de ese momento, lo que sólo deja un 0,01% de margen de error para el local elegido. "
Es de torpes que con un margen de error tan pequeño un cliente abandone un local descontento y sin ninguna gana de volver, por la causa que sea, que pueden ser muchas y variadas, pero suele ocurrir más veces de las que imaginamos.
Partamos de la base de que quien tiene un local no puede pretender gustar a todo el mundo, y que tenga claro cual es el público hacia el que ha dirigido toda su estrategia comercial y su oferta gastronómica.
Pero aclarado este punto que restaurantes y bares dejen marchar a clientes cuando sólo debían esforzarse en un 0,01 % es bastante lamentable.
Las causas pueden ser muchas, y a todos nos pueden venir a la mente varias de ellas, pues que levante la mano aquel que no se ha marchado de un local jurando no volver a pisar su suelo. Y a veces las causas son nimiedades fáciles de subsanar, o aptitudes de personas que más que atender parecen extenderte un formulario burocrático para pedir un plato o una tapa.
Yo por mi parte he de confesar que intento aplicarme mi propia teoría cuando salgo a cenar o a tapear, quiero disfrutar - y disfruto - y aprender de lo que la gente que comparte conmigo profesión, y espero que pasión, puedan enseñarme. Pero tanto yo como mi mujer, camarera y experta en agrado al cliente, no podemos dejar de lado la profesión que amamos y cuando nos queremos dar cuenta estamos observando con detenimiento como nos atienden y como se ha preparado aquello que hemos pedido.


Reconozco nuestra culpa, y el grado de exigencia a veces es alto, pero siempre pecamos de lo mismo: cuando algo no nos gusta no solemos quejarnos. Supongo que porque cuando estamos del otro lado tampoco nos gusta recibir una queja, pero si alguien se nos queja para que corrijamos algo que no está bien deberíamos agradecerlo, porque de algún modo esa persona se interesa por lo que le estas ofreciendo y no tomará la opción más común de no decir nada y pensar que con no volver asunto arreglado.
Si a mi como profesional me gustaría que se me dijese en que puedo mejorar, creo justo equilibrar esa relación y decir cuando actúo como cliente que es lo que no me gusta.
Que nadie me toque mi 99,9% de actitud para disfrutar, pero si algo en ese 0,01% no me agrada me prometo a mi mismo no quejarme, pero si comentarlo con quien proceda.

Salud y buen provecho.

miércoles, 2 de octubre de 2013

TRABAJAR EN HOTELES



De todos los trabajos que he desarrollado en el ámbito de la hostelería dos son las veces que he estado empleado en hoteles. Y aquí, en estas lineas que pertenecen solo a quien esto escribe, quiero contar la similitud de tales experiencias, lo que me lleva al error de creer poder sacar algunas conclusiones.

No voy a desarrollar aquí un panfleto incendiario contra los hoteles, ni a extraer de mi más que pobre opinión una generalización en contra, pero no por ello voy a ocultar lo que pienso.

Aunque si quiero exponer primero cual es mi postura: no me gusta trabajar en hoteles.
Las razones son variadas, y algunas incluso van contra el buen juicio y las ventajas que tiene el trabajar en un empresa grande - salario más que decente, jornadas de ocho horas, dos días de descanso, variedad en los turnos y posibilidad de cambiar de partida, trabajo, ocupación, o pongan el nombre que más les guste-.
Pero todo eso a veces queda demasiado ensombrecido por otras cuestiones cuyo trasfondo no se suele comentar, y que cuando te incorporas a la plantilla de un hotel estas se te vuelven transparentes.
Voy a enumerar las que mis entendederas han sido capaz de observar, sin entrar en experiencias más personales, que aunque relacionadas con nuestro tema, no interesan a nadie. Y como no creo que mi disección sea completa admito de antemano que alguna consideración se me haya podido pasar por alto:


  • Las plantillas de los hoteles suelen estar demasiado osificadas, desprovistas de fuerza y agarradas al puesto siguiendo una vieja ley que declara eficiencia justa con mínimo esfuerzo.
  • Tal estructura de trabajo seca cualquier iniciativa de aportar algún valor nuevo, sea compromiso, eficiencia, sacrificio, buen hacer. Lo que se te pide es que saques tu trabajo adelante, tal y como se ha estado sacando hasta entonces, sin cambiar nada sustancial ni creer que puedes variar la marcha de la cocina. 
  • Los fijos suelen desconfiar de los interinos, como si su puesto corriera un peligro por esa presencia extraña y anómala. Si no demuestras capacidad de adaptación y asimilación pueden volverse en contra como haría un cuerpo sano contra una infección. 
  • Suele haber problemas de compañerismo, abusos de poder y dejadez en las funciones, lo que acaba afectando siempre al más débil.
  • La distribución de los trabajos en una cocina de hotel donde hay desde limpiadoras a freganchines suele hacer olvidar a quienes trabajan en ella algunas normas sagradas del trabajo de cualquier cocinero: limpieza y orden. Si tienes quien venga detrás a recoger y a limpiar, ¿para que te vas a preocupar tú?.
  • La reducción de costes y de personal hace que un jefe de cocina tenga que utilizar a un ayudante de cocina como cocinero, y a un cocinero como jefe de partida, lo que redunda negativamente en al ambiente general de la cocina. Nadie se cuestiona si está o no preparado para asumir la tarea que se le ha encomendado, pero si se cuestiona que ejerce una función por la cual no se le está pagando el salario adecuado.
  • Los que se suponen que deben dirigir suelen estar abrumados por papeleo administrativo y lo último que desean es que cualquiera les llegue con un problema, prefieren soluciones, sin ahondar ni en el problema ni en la solución.
  • Por último están los que llegan a un hotel y creen que ellos sería capaces de organizar mejor aquel desbarajuste, pasándose el día comentando con los compañeros todo aquello que a su juicio va mal. (o sea, algo así como el que esto escribe, pero que no deja de reconocer que tal vez no podría mejorar nada de lo ya establecido)
Seguro que ni todos los hoteles son iguales ni todas las cocinas padecen de los mismos males, pero tiendo a sospechar que muchos de los puntos que he expuesto arriba se dan en las mejores cocina y hasta en los mejores hoteles. Para terminar me gustaría que todo lo dicho me fuese rebatido, desmentido, desbaratado por quienes trabajen en un hotel desempeñando su función con toda la honradez y profesionalidad posibles.
Yo es que siempre he tenido un defecto, y es que cuando empiezo a hablar me cuesta mucho refrenarme.

Salud y buen provecho.